La investigación científica es un campo crítico para guiar a la humanidad ante un mundo cambiante, ayudando a entender la realidad que nos rodea de una forma objetiva y clara. Su núcleo, el conocimiento, es inherente a la experiencia humana, sin embargo, su verdadera aportación radica en esa capacidad de separarse de los sesgos, las opiniones, emociones y otros factores externos que pueden cambiar la forma en que se entiende e interpreta la evidencia y lo racional.
En nuestros días vemos constantemente los frutos de la investigación científica, lo que hace medio siglo podía parecer imposible, como conectar a millones de personas y darle acceso a una biblioteca infinita de información y recursos, hoy es parte de la cotidianeidad de las personas, teniendo una fuente inacabable de conocimiento guardada en el bolsillo. Las patentes nos dan un claro indicador de la velocidad a la que los creadores e investigadores generan innovación, especialmente en los últimos años, derivado de esta democratización del acceso al conocimiento; al grado que en los últimos 30 años se ha registrado, según Statista, un incremento del 228% en la postulación a patentes en el mundo, pasando de 997,501 aplicaciones en 1990 hasta alcanzar la cifra de 3,276,700 en el 2020.
Tales estadísticas también suelen vincularse con el crecimiento empresarial y económico de los países, donde lo que se ha denominado como la “paradoja de la innovación” señala que, aunque hay evidencia de que la innovación genera mayor productividad, ganancias, empleos y oportunidades, los países en desarrollo aún enfrentan múltiples retos y barreras que limitan su adopción de tecnologías y experiencias avanzadas, siendo frenados por factores como capital, capacitación, capacidades administrativas, etc.
Ante este panorama, resulta interesante que 40% de las patentes registradas en 2020 se concentren en solo cinco figuras: China, Estados Unidos, Japón, Corea del Sur y la Unión Europea. Los países asiáticos, conocidos por ser entidades predominantes en la industria de tecnología, junto con algunas de las economías más poderosas del mundo. Entonces, ¿dónde queda América Latina? Brasil y México, los países con mayor número de patentes en la región, representan menos del 1% de los registros a nivel mundial.
Corea del Sur, el cuarto país con mayor número de patentes registradas el año pasado, tan solo contaba con 9,082 aplicaciones en 1990, una cifra solo ligeramente superior a la reportada por México en 2020. En un periodo de 30 años, Corea del Sur incrementó el número de patentes en más del 1,383%, lo que también se reflejó en el crecimiento otros indicadores económicos, con un aumento significativo del PIB local, pasando de un valor de $283,368 mil millones de dólares a $1,683 billones de dólares en el mismo periodo, posicionándose como la décima economía más grande del mundo.
Tomando esto en cuenta, es evidente que incentivar la investigación científica y, por ende, la producción de innovación en el país puede representar resultados altamente positivos para la economía mexicana, generando diferenciadores que le permitan aprovechar el talento de su población para volverse más competitivos a nivel mundial.
Más allá de los retos institucionales, la formación de organismos destinados a fomentar e incentivar la investigación científica en México ofrece un panorama esperanzador. Áreas de alta especialidad, como la nanotecnología, ya cuentan hoy con clústeres, asociaciones y empresas que representan un campo fértil para hacer de nuestro país un líder en el ramo.
La investigación científica tiene un origen en la curiosidad misma, evolucionado y profesionalizándose a lo largo de los siglos. Los grandes descubrimientos de cada época parten de poner a prueba una pregunta y demostrar sus resultados, derivando en beneficios sociales de gran alcance como la penicilina, la electricidad o el dominio del fuego mismo. Con un impacto horizontal a diferentes verticales, la nanotecnología tiene el poder de revolucionar desde el mundo de la construcción hasta la cosmética personal, abriendo un universo de posibilidades para hacer de los investigadores mexicanos un emblema de innovación.
En México, la nanotecnología es uno de los campos de la ciencia con mayor crecimiento en los últimos años, marcando un punto de convergencia entre especialistas de diferentes áreas como química, física, ingeniería, diseño industrial, entre otras. Además, su aplicación en la vida diaria tiene el potencial para reinventar la forma en que las personas interactúan con ciertos materiales y superficies, por ejemplo, promoviendo el uso de cajas y paquetes resistentes al impacto de líquidos, por lo que abren la puerta a diversificar la logística de envíos a través del mundo; también pueden ofrecer compuestos desinfectantes más duraderos y efectivos, reduciendo así el consumo de agua para sanitizar o limpiar espacios y objetos.
Los nanomateriales, el sector más grande de la industria de nanotecnología tienen también un amplio margen de acción, desde la medicina hasta la industria automotriz, consolidando un valor de mercado de $3,503 millones dólares tan solo durante 2021. Es por eso que es ahí donde vemos una oportunidad sustancial para los científicos de nuestro país, donde 90% de las patentes de nanotecnología que se registran en América Latina provienen de México y Brasil; por eso apoyar a la ciencia se vuelve una tarea fundamental de las naciones y las instituciones, porque impulsar la investigación tanto en lo público como en lo privado es sembrar una semilla para un mejor mañana.
Por Joel Gutiérrez, Cofundador y director de Operaciones y Tecnología de Nanoqem. Presidente del Clúster de Nanotecnología de Nuevo León