Todos tenemos una diferente visión del futuro, desde preparar la ropa para el día siguiente hasta contratar un plan de ahorro para el retiro. A nivel humanidad, estas nociones están marcadas en gran medida por las historias del cine, la televisión y la literatura. Actualmente, podemos encontrar autos que se conducen solos, plantas de manufactura que no requieren obreros y relojes capaces de medir nuestros signos vitales; gran parte de nuestra cotidianidad es inteligente, los teléfonos, los televisores e incluso los refrigeradores, pero, ¿qué hay de las ciudades inteligentes?
Se estima que a nivel global existen más de 100 ciudades inteligentes, es decir, espacios urbanos habilitados con soluciones y servicios de conectividad, digitalización y automatización.
Sin embargo, las ciudades inteligentes no nacen, se hacen; este tipo de poblaciones son producto del estudio de las necesidades y demandas de sus habitantes, que buscan optimizar tanto su interacción con los servicios públicos como las relaciones que conforman como comunidad con el objetivo de hacer más sencilla, cómoda, amigable y eficiente la vida de las personas.
La infraestructura tecnológica para habilitar este tipo de proyectos está basada en gran medida en sistemas IoT o del internet de las cosas, redes de sensores que permiten monitorear y administrar dispositivos conectados, tales como: parquímetros, alumbrado público, cámaras de vigilancia, kioscos de atención digital, entre otros. Del mismo modo, la data que se genera y transmite a través de estos equipos ofrece información clave para el desempeño y la toma de decisiones, por ejemplo, hacer una distribución más eficiente de la red hidráulica a sectores u horarios específicos dependiendo de los hábitos de consumo de los ciudadanos.
Si bien hay un arduo trabajo en términos de infraestructura, es importante que estas redes, sistemas, bits y bytes se conviertan en experiencias sustanciales, satisfactorias y significativas para las personas. Ahí radica la importancia de administrar adecuadamente los flujos de trabajo, conectando la tecnología con un sentido humano y darle valor a lo que de verdad importa, hacer que las cosas funcionen mejor para las personas, que las tareas y responsabilidades del día a día sean más rápidas y sencillas, como lo es pagar impuestos con un clic hasta salir a la calle de forma segura.
Las iniciativas de ciudades inteligentes han cobrado fuerza en los últimos años, llegando a representar inversiones de hasta $124,000 millones de dólares anuales. Geográficamente, 70% de este tipo de proyectos se ubican en Estados Unidos, Europa y China, sin embargo, Japón y Latinoamérica se distinguieron como las áreas de más rápido crecimiento en este rubro durante 2020, una oportunidad clave para la región al considerar el impacto positivo que tales iniciativas pueden tener en términos de competitividad económica, calidad de vida y sostenibilidad.
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De cara al contexto actual, las ciudades inteligentes también tienen la capacidad de implicar una ola de resiliencia a gran escala, respondiendo algunas de las grandes preguntas que nos dejó la crisis sanitaria, ¿cómo cambiaran las ciudades frente a un entorno en que menos personas se desplazan al trabajo? Aproximadamente 1 de cada 3 personas dejó de usar el transporte público a consecuencia de la coyuntura de COVID-19, los planes a largo plazo para este tipo de servicios son resultado directo de los cambios en los hábitos y estilo de vida de los ciudadanos, requiriendo, por ejemplo, un aforo reducido en los vehículos, opciones de pago sin contacto, menores tiempos de traslado, entre otros.
Sin embargo, la transformación va más allá de la forma en que nos movemos dentro y fuera de la ciudad. Ante modelos de trabajo a distancia, todo el mundo se vuelve una gran oficina; ya no se trata solo de realizar labores profesionales desde casa, sino de poder hacerlo en la cafetería, en el parque o en el mismo transporte, lo que implica igualmente soluciones de conectividad y habilitación que se extiendan a las áreas compartidas o de uso común para la población.
También, es importante considerar que la tendencia del teletrabajo no es un modelo exclusivo del sector privado, un ejemplo de esto es que en los Estados Unidos 27% % de los empleados gubernamentales desarrollaron su jornada de manera remota ante las medidas de distanciamiento social. Esta descentralización operativa nos habla de una migración a esquemas de atención omnicanal, en lugar de requerir soporte físico o presencial para atender procesos civiles, abriendo la puerta a una oportunidad crítica de digitalización para construir nuevas formas de interactuar con las diferentes esferas de gobierno.
El mundo está cambiando, sin duda; lo que ayer veíamos como utópico es hoy una realidad. Por eso es más importante que nunca que gobiernos, organizaciones y personas estén preparados para un futuro que viene pisándonos los talones.
Por: Noam Bizman, vicepresidente de ServiceNow para Latinoamérica.